2 clásicos del cine de terror rodados en Andalucía

Cuando pasarlo mal en una sala de cine es sinónimo de diversión, es que estamos ante una película de terror. Curiosamente, siendo Andalucía un gran plató, es un género en el que los rodajes locales no se han prodigado demasiado.

Ahora bien, si de lo que se trata es de dar ideas para posibles localizaciones, hoy proponemos dos ejemplos de cintas muy recomendables por diferentes razones. Y es que, creadores y creadoras: ¡nos encanta pasar miedo delante de una pantalla!

¿Quién puede matar a un niño? (1976).

El talento cinematográfico de Narciso Ibáñez Serrador nos lo robó su dedicación a la televisión: éste es el último de los dos únicos largos que el director rodó. Tras 45 años desde su estreno, merece un lugar destacado entre los clásicos de cine de terror de alcance internacional. Aún hoy perturbadora en muchas de sus escenas, hay que reconocerle varios méritos por su innovación.

Pongamos un ejemplo: en 2019 la crítica se deshacía en halagos ante ‘Midsommar’ de Ari Ater por situar gran parte de su terrorífica acción a plena luz del día. ¿Adivinan qué película llevo antes esta original idea a cabo?

Efectivamente. Es en ese luminoso ambiente, en una isla de ficción, donde se sitúan nuestros dos sufridos protagonistas, Tom y Evelyn. Lo que deberían ser unas plácidas vacaciones, se convierte en una pesadilla en un pueblo costero aparentemente abandonado, de no ser por unas hordas de adorables niños asesinos de adultos.

No es mal idea recuperar el visionado de ‘¿Quién puede matar un niño?’ para intentar reconocer las escenas rodadas en Almuñécar (Granada). También jugar a diferenciarlas de sus otras tres localizaciones: Menorca, Sitges y… Ciruelo (Toledo).

Por último, sigamos imaginando. ¿Qué alcance habría tenido esta película de haber aceptado un joven Anthony Hopkins el papel de Tom?

El coleccionista de cadáveres (1967, Santos Alcocer)

Cuando una película de terror no cumple su cometido —recuerden, dar miedo— es bueno dejarla madurar para que, con el paso de los años, adopte otros significados y perspectivas, que van desde su estética hasta el sentido del humor con los que puede ser visionada.

Es el caso de esta cinta que nos ocupa. Pero, ¿por dónde empezar? Por dos grandes profesionales del cine. En primer lugar, por el gran Boris Karloff —no se engañen por la supuesta procedencia del nombre, el real era William Henry Pratt, natural de Londres—. Este actor inglés está en el pódium del género al interpretar al primer Frankenstein en la gran pantalla. Sus otros dos coetáneos son, por su puesto, Béla Lugosi como Drácula y Lon Chaney Jr. como El Hombre Lobo. Pura historia del cine.

Por otro lado, en el apartado técnico estaba el español Gil Parrondo, encargado de la dirección artística. Debemos tener en cuenta que tres años después de este rodaje ganaría el Oscar por su trabajo en ‘Patton’ para repetir de forma consecutiva en 1971 con ‘Nicolas y Alejandra’.

El, en principio, atractivo cóctel del que ambos artistas eran ingredientes fundamentales en ‘El coleccionista de cadáveres’, daría lugar a un nuevo género de corto recorrido: el ‘bikini-horror’. El escenario, no podía ser de otra forma, una costa malagueña en plena expansión turística a finales de los años 60. Al fin y al cabo, siguiendo el argumento de la película, ¿qué mejor lugar para reunir los cadáveres de las bellas veraneantes que necesitaba Karlov para sus realistas obras de arte?

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El castillo de Bil-Bil, una improbable guarida de terror gótico para Boris Karloff gracias a la magia del cine / Foto: Andalucía Film Commission.

Así es, nuestro protagonista —un escultor invidente— recibía a las inertes invitadas en su residencia, el castillo de Bil-Bil de Benalmádena. Sin embargo, era su esposa en la ficción la encargada de este peculiar casting recorriendo la Cuesta del Tajo, Playamar o el Bajondillo. Además, el hotel Nautilus, también en Torremolinos sirvió tanto de escenario glamouroso como alojamiento para el equipo de rodaje.

En definitiva, un trabajo que se ha convertido en un clásico de la serie B a disfrutar por sus localizaciones y por su estética pop-kitch a caballo entre los años 60 y 70.

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