Steven Spielberg encontró ‘El imperio del sol’ en Trebujena

En el comienzo del año 1987, los trebujeneros jamás imaginaron que su localidad se revolucionaría con la llegada del rodaje para una superproducción de Hollywood. Menos aún que sería dirigida por el rey Midas del cine: Steven Spielberg.

En 1987, el director buscaba la puesta de sol perfecta para una de las escenas clave de su nueva película, basada en el libro del mismo nombre de J. G. Ballard. Pero no sólo eso: esta luz especial debería servir para bañar unos decorados a escala real que recrearían con sorprendente fidelidad un campo de prisioneros japonés.

Es en este escenario donde transcurre la mayor parte de la historia. Su pequeño protagonista pasa de vivir en el seno de una próspera familia en Shangay a convertirse en un prisionero más durante la Segunda Guerra Mundial.

Gracias a ‘El imperio del sol’ descubriríamos en las salas de cine a nuestro héroe, un jovencísimo Christian Bale, escudado en su confinamiento fílmico por el siempre enigmático John Malkovich. La puesta de largo en la gran pantalla de Bale se produjo tras ser elegido en un casting de 4.000 niños. Con sólo 12 años, sería el comienzo de una carrera en la que, a medida que se fue haciendo adulto, se granjeó la fama de indómito y rebelde.

making-of-adc-sol-spielberg-trebujena
Christian Bale y Steven Spielberg en una pausa de rodaje entre los decorados de Trebujena

Descubriendo Trebujena

Pero, ¿cómo llegó Spielberg a descubrir esta localización? La respuesta la obtuvo, tras considerar emplazamientos de Israel o Kenia, en un vídeo del productor Antonio Pérez dedicado al aceite. La finca ‘Alventus’, en plenas Marismas del Guadalquivir, que incluía un pantalán para varias escenas, era por su amplitud, el espacio perfecto.

Mientras los rumores eran cada vez más intensos en el pueblo, la llegada de un numeroso equipo convenció a los incrédulos. Lo que es más, iban a rodar durante tres meses y tendrían todo tipo de necesidades de producción que muchos trebujeneros serían los encargados de cumplir.

El director norteamericano y su séquito agitaron la primavera de Trebujena —también sus alrededores— para dejar un reguero de historias y curiosas anécdotas.

La “oriental” puesta de sol en Trebujena

Bienvenido Mr. Spielberg

A finales de los años ochenta una superproducción suponía un esfuerzo logístico y de personal hoy en día aligerado por los efectos digitales. A saber, para el alojamiento del equipo americano el Puerto de Santa María y Jerez abriría sus hoteles y varios chalets. Entre ellos, uno de los más lujosos, se reservaría para Spielberg en la urbanización privada de Vista Hermosa.

En centro de operaciones de producción y almacenaje fue instalado en el cine de verano Terraza Tempul de Jerez. A su vez, en una antigua bodega de la ciudad descansarían en torno a 10 toneladas de materiales que incluían varias reproducciones de aviones de guerra preparadas para vuelos reales procedentes del Reino Unido. Estas y otras aeronaves darían lugar a una de las escenas más espectaculares de la película: la del bombardeo del campo de prisioneros.

Antes, el levantamiento de los decorados comenzó a tener impacto entre la población de Trebujena y alrededores. Se contrataron a peones, electricistas, escayolistas o carpinteros. Su cometido: dar total verosimilitud al campo, incluyendo los barracones, una torre de estilo japonés, la estación de tren, el aeropuerto, un estadio de atletismo y el hospital que vemos en la película. Hoy lamentamos que nada quede de estas construcciones.

Aunque con una excepción: las palomas metálicas que adornaban la entrada al estadio fueron utilizadas para la decoración de la carroza de la reina del Carnaval de Trebujena.

Por fin teníamos una fiel reproducción de un emplazamiento de guerra en el río japonés de Wusong, aunque un GPS habría indicado que se encontraba en las marismas del Guadalquivir de la provincia de Cádiz.

¿Qué nos faltaba? Los extras. Y en gran número.

El casting: se buscan prisioneros

Tres eran los perfiles que la película requería. Los miembros del ejército japonés serían reclutados por toda la península, por lo que tuvieron que contactar con varias colonias orientales. Por su puesto, para los heridos de una cruenta Segunda Guerra Mundial, eran necesarias personas con algún tipo de amputación o malformación.

Finalmente, el grupo más numeroso lo integrarían, superando las mil personas, los prisioneros británicos. Dada la magnitud del rodaje y lo que se alargaría en el tiempo, lo más sencillo era que fueran fundamentalmente locales.

Y es ahí donde residía la mayor dificultad, ya que deberían ser preferentemente de pelo rubio, ojos azules y con una delgadez propia de las penurias de un prolongado internamiento forzado. Convocadas las pruebas, a las que también acudieron candidatos de Jerez y Sanlúcar, el equipo de casting se sorprendió con las colas formadas: a pesar de las instrucciones, una gran parte de las personas que guardaban fila eran de tez y cabello oscuro. Al menos había que intentarlo, ¿no creen?

Conformado el extenso equipo de extras (hombres, mujeres, niños y niñas) la producción de la película debía vestir, maquillar y ensuciar a cada uno de ellos tal y como lucirían los prisioneros en los años cuarenta.

También darles de comer. Hasta que se presentó un problema. Avanzado el rodaje, comenzaron a propagarse entre los extras comentarios sobre la comida. No tanto por su calidad como por su procedencia: los paladares no estaban acostumbrados al rosfbeef y otros “manjares” de sabor británico. En un momento dado los comentarios se convirtieron en protesta: varias prisioneras decidieron elevar su voz en forma de palmas y bailes flamencos sobre las mesas. Pronto llamaron la atención de Spielberg. Una vez su traductor le trasladó las quejas, ordenó contratar a cocineras locales y se quedó contemplando el espectáculo improvisado. Asunto solucionado.

Las reivindicaciones no eran para menos, la primavera en Trebujena fue especialmente calurosa. Y el sueldo merecido: entre las 5.000 y las 8.000 pesetas de la época por día de trabajo. Si la escena requería alguna implicación física, se comentó que el jornal se dispararía. Un respiro económico cuyo agradecimiento se tradujo también en el censo, con algún nacido en 1987 bajo el nombre de Steven.

Por otro lado, los bares de la localidad dieron buena cuenta de la afición de los ingleses al alcohol. Pero no unos ingleses cualquieras: se trataba de los pilotos que debían rodar las escenas reales de aviación. Acababan de descubrir los vinos de Trebujena. El resultado: las autoridades les denegaron en varias ocasiones el despegue por casi sobrevolar los cielos de Doñana.

Y el amor surgió entre los bombardeos

En el equipo del Imperio del sol se encontraba una persona cuya función principal era destruir cosas. Lo hizo con éxito al hacer explotar la Estrella de la Muerte en la Guerra de las Galaxias. Y lo intentó con Indiana Jones al hacerle correr delante de una gigantesca bola de piedra.

John Baker estaba al mando del equipo de efectos especiales. A él le correspondía que las explosiones del bombardeo del campo de prisioneros quedaran perfectamente sincronizadas con el vuelo de los aviones mientras descargaban unas realistas bombas de atrezzo. Para complicar más las escenas rodadas, Christian Bale, en su papel de Jim, interactuaba con el explosivo espectáculo. Unas difíciles tomas que captan su reacción en tiempo real. “¡B-51, el Cadillac del cielo!”, fue su grito de guerra en este prodigio de rodaje y edición.

La inolvidable secuencia del bombardeo en ‘El imperio del sol’

Baker también tuvo tiempo en su estancia de hacer dos descubrimientos. Uno de ellos, muy a tener en cuenta, es el de “el mejor mosto del mundo”, según sus propias palabras. El otro fue una de las prisioneras trebujeneras, Isabel, con la que acabaría casándose, siendo adoptado como un vecino más de la localidad gaditana.

Sueños cumplidos

A pesar de la dureza y complejidad del rodaje, Steven Spielberg quedó satisfecho con la experiencia. Especialmente al haber rodado una película que cubría varias expectativas. Fue hasta entonces su película más personal, en la que quedaba retratada la pérdida de la inocencia. Además, había rodado su propio “puente sobre el río Kwai” como gran admirador de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. A su protagonista trasladó su pasión por los aviones de combate de la época.

Tras abandonar Trebujena, no se olvidó de todos los locales que habían participado: ‘El imperio del Sol’ tuvo su preestreno mundial, exclusivo para los extras, en un cine de Jerez.

Log in with your credentials

Forgot your details?